robablemente no es esta del dictador volando la última idiotez que se habrá oído porque raro es el día que la vida pública española no esté salpicada de sandeces mayúsculas, dichas por gente de manifiestas pocas luces, pertenecientes a la derecha en su versión más visible. Sandeces que no son bromas festivas, sino que nutren discursos políticos muy agresivos y una política de fondo golpista por antipatriota, como sucede con las ayudas europeas.

Franco en helicóptero y el gobierno declarando la guerra al vino y a la remolacha... ¿Quién da más? Imposible. Tenemos que estar siendo la animación de Europa, si es que se ocupan de nosotros, donde en su clase política es muy difícil u ocasional que aparezca la estupidez manifiesta entre gente inmensamente más preparada que esta de salteadores de sillones parlamentarios: es raro que chuleen títulos universitarios, como los castizos, de la misma forma que es raro que al modo de estos grotescos personajes den muestras continuas de una llamativa falta de formación académica, de mera sensatez o calidad humana, que en otros lugares no serían de recibo; no suelen saber de qué hablan porque lo suyo es el charloteo chiringuitero y por eso tienen tantos votantes; vehiculizan un odio cainita que en otros lugares es raro que se dé; es también raro que falsifiquen documentos públicos, como sucede en España donde los delitos son tales dependiendo de quién los cometa. Y cuando los pillan, con naderías a veces, dimiten. Aquí no, aquí todo está permitido, como ha demostrado la Olona con sus machotes y el cuerpo de Irene Montero.

La Ayuso ocupa un puesto político relevante, mucho, por eso no es del todo risible su aluvión permanente de sandeces en la medida en que tiene manifiestas pretensiones de hacerse de ese modo con las riendas de un país entero. Por el momento la protege la magistratura que se niega a investigar en profundidad los miles de muertes de la covid, a la espera de que la pandemia ceda y sea poco menos que letra muerta. No son sandeces, sino expresión de una malevolencia retorcida, por sí misma o como muñeco de ventrílocuo, con una pintoresca mímica de cupletista que cantara La Pulga o de una Juanita Calamidad a la que solo le faltan las pistolas y entrar en el saloon al grito de ¡Viva la pederastia! No se puede tratar del modo que ella ha tratado el turbio asunto de los abusos sexuales en el ámbito de las instituciones religiosas. Es un asunto demasiado serio que ha dejado secuelas sociales y vitales de importancia, que no se pueden minimizar al límite de la burla.

El haber visto, dice, a Franco en helicóptero, nos remite a una experiencia extrasensorial o como se llamen, que me da igual, cosa de magos, dado que esta reina del cuplé nació en 1978 y el siniestro dictador falleció en 1975, luego solo ha podido verlo en sueños freudianos, y en helicóptero. No estaría de más un examen psiquiátrico de este lamentable personaje que ocupa la vida pública española con sus estupideces y maldades; pero para eso debería procederse contra ella con el Código Penal en la mano, algo improbable, por mucho que las informaciones apunten a hechos de consecuencias criminales bajo su mandato político o a pura y simple corrupción institucional, en la línea que instauró Franco, con o sin helicóptero. Se lo dijo Dionisio Ridruejo en 1962: este era ya un país donde el enriquecimiento ilícito era una institución del Estado, una forma de gobernar. Eso es muy difícil de erradicar si se trasmite por herencia, como tantas otras instituciones de este país que no fueron depuradas.

Es posible que para que ella fuera libre, y pudiera dar a caño abierto serias muestras de cortedad mental, sus abuelos no le hablaran de la Guerra Civil y le presentaran al dictador como si fuera del Equipo A a punto de saltar de un helicóptero sobre sus presas para liberarlas del bolchevismo... ¿Pero qué pasa por la cabeza de esta gente? La consecuencia es que el relator de la ONU considera insuficiente la nueva ley de memoria histórica. Pero eso es normal: la falta de empatía con las víctimas del golpe, la guerra y la dictadura es clamorosa. Falta empatía y sobra odio... y Caín siempre es el otro.