mposible eludir lo que está ahora mismo sucediendo en Ucrania, pero lo cierto es que no es fácil decir algo que no sea colaborar al mucho ruido mediático armado y repicar consignas o lugares comunes, de un lado u otro, porque dos bandos hay, y un tercero, el de quienes se llevan la peor parte.

Al menos a mí me faltan sólidos elementos de juicio para acercarme con verdad y de manera eficaz a la tragedia allí desencadenada por la agresión rusa. No a la guerra ¿Y? Hasta aquí de acuerdo, ¿y ahora cómo sigue? Ah, que no sabemos... porque no suele seguir.

Me refiero a decir algo distinto a lo muy escrito en las redes sociales para propia tranquilidad o desahogo del que escribe, o para repicar consignas de parte interesada que dicen ser informaciones... e incluso en la calle. Meritorio, sin duda, al menos los ucranios que tengas cerca sentirán que no están del todo solos.

Guerra no... ¿y qué me dicen del que piensa que hay que echar a las trincheras a las fuerzas de la OTAN u otras, que ya ni se sabe, al tiempo que se fuma un puro, como le oí decir hace mucho, a uno de los más conspicuos colaboradores de Aznar, al tiempo de las guerras de los Balcanes. El bandarra aquel quería a los aviones rojigualdos tirando bombas a los malos. Creo que llegó a ministro.

Lo fácil es hacerse el matasiete, protegido por la distancia, y echar pólvora por la boca contra Putin, los rusos y sus aliados, o contra

mucha diplomacia porque todo se arregla hablando, ¿no? y quedarnos tan panchos, cuando está visto que hace mucho que las conversaciones y la diplomacia dejaron de tener sentido. Estamos en el tiempo de la lógica del más fuerte y de las "municiones defensivas".

Lo fácil es distribuir los papeles de la enorme tragedia que viven los ucranios: aquí los buenos, ahí los malos. Lo difícil es ponerse en la piel de las miles de personas que se han refugiado en la galerías del Metro de Kiev o han huido hacia países limítrofes sin tener la completa seguridad de ser allí por completo bien acogidos en proporción al daño que está sufriendo. Una cosa son las palabras altisonantes de los gobernantes europeos desde sus tribunas y otra, muy distinta, lo que sucede a pie de línea fronteriza, en las carpas o centros de acogida que se monten, a la hora de suministrar alimentación adecuada, paliar las inclemencias del tiempo, el frío, y poner en marcha servicios sanitarios mínimos que en seguida se revelan insuficientes. Una cosa son las buena palabras que vienen en el guión y otra los hechos, cuando la avalancha humana se encarga de desbaratar lo que siempre resultan pobres previsiones. Lo humano arrolla. En este caso el número de desplazados apabulla. Frente a eso, las cuestiones de geopolítica y los alardes de ingenio a costa en el fondo de los que más sufren, quedan en un muy segundo plano, al menos para mí. No me gusta la OTAN como brazo armado de largo alcance de los Estados Unidos, pero mucho menos me gustan los padecimientos de la gente que se ve obligada a huir, en busca de una vida más segura, esa que padece los vaivenes de la geopolítica, los que la inmensa mayoría no entendemos, a no ser que comulguemos con las ruedas de molino del administrador que más cerca tengamos o formemos en el banderín de enganche del que más nos guste. Ahora mismo cuesta hacerlo, por repugnancia, por el matón que avasalla sacando músculo como un monstruo de los disparates o caprichos goyescos. El del más fuerte no es el partido que más me guste, su misma fuerza está envenenada.

Una cosa es ayudar, arrimar el hombro, y otra aprovecharse de ese ruidosa tragedia para tapar las propias vergüenzas y canalladas, abriendo los brazos a los refugiados de hoy cuando todavía están por acoger plenamente los de ayer (Afganistán) y siguen padeciendo lo indecible los iraníes, convertidos en invisibles, para ver si de ese modo el público en general y hasta la fiscalía anticorrupción se olvidan de que bajo tus riendas de gobierno hay podre, con cifras incontestables, nombres y apellidos, como sucede en Madrid.