eL batacazo de los socialistas franceses en las urnas ha puesto de manifiesto una vez más la incapacidad y la falta de cintura política del socialismo democrático, con sus diferentes apellidos europeos, para afrontar una crisis que lleva ya instalada en el Viejo Continente siete años. Si la ciudadanía gala, e incluso muchos de sus colegas europeos, se echaron en brazos de la ilusión y el arrojo político del que hacía bandera François Hollande como revulsivo referencial frente a la dictadura austericista de Merkel, ahora le han dado la espalda en las urnas tras comprobar dos años después de su llegada al Elíseo su travestismo programático. No es de extrañar que su índice de popularidad se haya despeñado hasta el 19%, ya que el desempleo alcanza el récord histórico de los 3,3 millones y sus promesas de nuevas recetas frente a la crisis se han saldado con un megarecorte de 55.000 millones de euros hasta el año 2017.
La socialdemocracia, a la que la crisis le pilló en el poder en varios países cuando se adueñó de gran parte de Europa, no ha sabido dar respuesta a los desafíos de los nuevos tiempos, con una derecha que se ha dedicado a laminar inmisericordemente los avances sociales conquistados y a dar un soberbio tajo al Estado del bienestar para salvaguardar a los grandes tótem de las finanzas patrias. En España, el PSOE de Rubalcaba saca pecho de cara a los comicios del 25 de mayo, pero más por demérito de la derecha gobernante que por su labor de oposición. Y en cualquier caso, sin recoger el torrente de votos descontentos con las políticas de Rajoy. Sin renovación de dirigentes ni de propuestas, ni de mensajes, los socialistas andan desnortados ya bien entrado el siglo XXI. Y en Navarra, más de lo mismo. Fuerza imprescindible para el anhelado cambio, andan necesitados de arrojo, coherencia y frescura de planteamientos, así como de mayor conexión con la sociedad y de una estrategia clara para desbancar a UPN del Palacio Foral. Y sobrados de ansias de poltrona, cobardicas y roberticos.