Las Cinco Llagas. La función religiosa en la que la corporación municipal renueva el voto comprometido cuatro siglos atrás, cuando Pamplona sufrió el azote de la peste bubónica y, a falta de mejores remedios medicinales, pidió el amparo divino. Dicen que la plegaria surtió efecto, aunque la población quedó diezmada. En memoria de aquel suceso y su posterior resolución, hoy se celebra una procesión breve, que discurre por el interior del templo de San Agustín, pero cargada de pompa porque el ayuntamiento acude en lo que se denomina cuerpo de ciudad: con sus maceros, timbaleros y los concejales vestidos con traje de gala, como requiere el protocolo. Una tradición secular que, en no pocas ocasiones, ha dado pie al sacerdote oficiante a fustigar lo que interpreta como vicios de la sociedad donde otra parte numerosa de la población observa avances sociales.

Las cinco llagas... y más. Pasarán cuatrocientos años y esta peste (sexta definición de la RAE: Corrupción de las costumbres y desórdenes de los vicios...) generada por el largo periodo de mandato de UPN en la alcaldía de la ciudad quizá sea un mal recuerdo o tenga -si una pandemia no ha reventado el planeta- su versión en forma de conmemoración laica. Y podrán pasear en andas o proyectar con lo último en tecnología las cinco, diez o cincuenta llagas con lo peor del mandato de Yolanda Barcina y de Enrique Maya, que las tienen. Llagas abiertas como la del Museo de los Sanfermines, en el que han quedado enterrados más de seis millones de euros; llagas sangrantes, como las de la gestión de Simón Santamaría al frente de la Policía Municipal, ahora en los tribunales; llagas malolientes como las del bosque inundado de Arantzadi en el que será necesario invertir 100.000 euros más; llagas atrapadas con multa y cepo, como los coches de los concejales regionalistas que no pagan la sanción por estacionar mal; y la llaga de la reprobación por la gestión de Can. ¿A quién se pide amparo para erradicar esta epidemia?