le adornan una dicción silbante, unos andares patosos y un tontuno levantar de cejas. Por si todo ello junto no fuera suficiente, carece de carisma y su oratoria vale tan poco como su palabra. Por increíble que resulte, en el retrato puede identificarse a un presidente de todo un Gobierno europeo. Un profesional de la política muy bien remunerada desde 1981 que acumula en su expediente canonjías y cadáveres a partes iguales. Sirvan como botón de muestra de las primeras los reiterados escaños en el Congreso y alguno autonómico junto con una presidencia de Diputación y cuatro ministerios diferentes; entre los segundos, anótense como rivales fumigados apellidos de fuste tipo Rato, Mayor Oreja, Acebes, Zaplana o Aguirre, más su última víctima propiciatoria, Ruiz Gallardón. Un tipo con semejante currículum no puede tener nada de lerdo aunque a menudo lo parezca, como por otra parte lo demuestra el hito personal de convertirse con 24 años en el registrador de la propiedad más joven de España. Probablemente, Mariano ha llegado a presidente Rajoy de tanto hacerse el tonto ante otros que cayeron en la trampa de creérselo y que no fueron capaces de atisbar que el circunspecto gallego cuya barba oculta las cicatrices de un accidente de tráfico escondía en su seno un instinto asesino para medrar. A lo que agregar una supina habilidad para dejar que los problemas se pudran sin salpicarle y para que otros se quemen por él, de ahí su afición por las ruedas de prensa sin preguntas y en mayor medida por las comparecencias a través del plasma. Así que los antecedentes dictan no dar nunca por muerto y menos por enterrado a Rajoy, que sigue a flote tras un primer asalto frustrado a la Moncloa y sin siquiera inmutarse ante los apandadores de Gürtel y la tramoya contable de Bárcenas. Impasible el ademán frente a cualquier pancarta que le pongan delante, ahí piensa continuar, asido a los mandos del Estado encomendándose a que el empleo remonte pese a su brutal precariedad, a los errores ajenos -básicamente del PSOE- y a toda divinidad en forma de santo o virgen.