rajoy está afrontando el escándalo de las tarjetas black de Caja Madrid con la rapidez y la perspicacia que le caracterizan. Quince días después del estallido de uno de los episodios político-financieros más sonrojantes de los últimos años se dará hoy un garbeo por el Congreso para dar en unos minutos respuestas manidas al despilfarro y desfachatez que suponen utilización opaca y sin control de las tarjetas de crédito de una entidad financiera que ha sido rescatada con más de 22.000 millones de euros que saldrán del bolsillo de los ciudadanos. Pero no nos engañemos. Tampoco desentrañará los entresijos de este salchucho que salpica directamente uno de los tentáculos de poder que el PP, desde la época de Aznar, manejaba a su antojo para repartir prebendas a diestro -sobre todo - y siniestro. La caja, protagonista de la mayor nacionalización bancaria de la historia de España, ha sido una institución saqueada como pocas por una caterva de jetas, sindicalistas de alto standing, gestores insaciables con hinchados sueldos, amiguetes sin curriculum de los dirigentes y políticos acostumbrados a mirar para otro lado a cambio suntuosos caprichos. Gastados, por cierto, con su tarjeta “de representación” principalmente en fines de semana y vacaciones. Eso es dedicación intensiva. Todos estos privilegiados del despilfarro tenían generosos sueldos, pero por lo visto insuficientes para saciar sus ansias consumistas de lujo y sofisticación. Incluso los propios ejecutivos de Caja Madrid con tarjeta eran conscientes de que el dinero no tributaba y que no era para gastos propios de su cargo. Era similar a recibir sobres o sobresueldos. De hecho, tenían dos visas, la propia para gastos de representación, que tenían que justificar con sus correspondientes recibos, y la opaca. Eran, claramente, un incentivo tapabocas para que una pandilla de jetas dispusiera de sus caprichos sólo con un límite económico -25.000 euros anuales- pero no ético. Que de eso andaban escasos.