ha nacido un nuevo mesías. Pablo Iglesias, el carismático líder de Podemos, se ha dado este fin de semana un baño de masas en el congreso fundacional pese a que algunos dirigentes hayan cuestionado sin éxito su modelo organizativo, bastante cercano por cierto a la casta política de la que reniega. Su idea de liderazgo fuerte y personal ha salido triunfante, aunque el resultado se conocerá el próximo lunes. Atrás quedan los rescoldos quincemistas más genuinos y asamblearios. El fenómeno Pablo Iglesias crece en el terreno mediático y social a pasos agigantados en paralelo con las expectativas de voto de su formación. Es hábil e inteligente, y consciente de que protagoniza el mayor fenómeno político de la historia reciente tras el felipismo de los 80 ha apelado a sus raíces parafraseando a Carlos Marx con su impactante “el cielo no se toma por consenso sino por asalto”. Un guiño a sus orígenes, una arenga a sus huestes y una declaración de intenciones de su estrategia. Paralelamente, y de puertas afuera, intenta transmitir que su apuesta inmediata es girar hacia al centro y ocupar ese caladero de la clase media donde se pescan los votos que hacen ganar elecciones. Salpicando de propuestas verosímiles (aunque muchas imposibles y utópicas) su programa para edulcorar las más revolucionarias y, sobre todo, populistas. En los comicios de mayo es previsible que recojan un aluvión de sufragios. Como Podemos o -más previsiblemente- integrados en Ganemos u otras candidaturas populares, que les catapulten a ser la fuerza determinante en numerosos ayuntamientos y varios parlamentos autonómicos, el navarro incluido. La táctica es clara: aprovechar su creciente tirón social, evitar que se les llenen las listas de advenedizos, reforzar su estructura como partido para seguir creciendo y echar el resto en las generales. Ya lo ha reconocido Pablo Iglesias: el objetivo no es desbancar al PSOE, sino presentarse como el único capaz de derrotar a Rajoy. Asaltar el cielo de La Moncloa. Cuidado con los iluminados...