la putrefacción está enquistada en el sistema político español, como ha quedado patente tras un mes de octubre plagado de escándalos de corrupción de grueso calibre. Tal es así que incluso el presidente Rajoy ha tenido que poner cara de arrepentimiento y leer un breve comunicado en sede parlamentaria pidiendo perdón. Pero esta triste entonación del mea culpa se produce tras tres años de silencio e inacción; necesitado de expiar sus errores cuando se aproximan las citas electorales; y después de que la degradación institucional amenace con fagocitarse el bipartidismo y minar el actual sistema democrático. Pero este particular acto de contrición -seguido por cierto de una rotunda negativa a dar explicaciones en el Congreso- es insuficiente. La ciudadanía no quiere más engaños. Ni se fía ya de quienes con su acción u omisión han consentido entramados político-financieros cuasimafiosos que esquilman las administraciones públicas y aprovechan para llenarse los bolsillos del escaso control de los recursos naturales, de los servicios púbicos y de la bisoñez de las corporaciones municipales que manejan ingentes presupuestos que son una tentación para políticos desalmados. Después de soportar los recortes más duros, no nos merecemos este saqueo sistemático, sibilino y rastrero. Ni unos políticos tan ineficaces. No vale un arrepentimiento forzado. Queremos ver a los partidos que detentan el poder coger por las orejas a sus militantes corruptos -que seguro que tienen fichados a más de uno- y llevarlos ante el juez. Queremos que abran las ventanas para que entre aire limpio y reluzca la transparencia. Y les exigimos un cambio radical, una legislación ejemplar y ejemplarizante y un impulso del engranaje democrático. Y no solo en este ámbito. No es tanto pedir. Se debe y se puede acabar con tanta podredumbre. Por eso triunfan en los sondeos las formaciones que apuestan por un mayor control de los políticos. Y porque el bipartidismo en el que ha florecido tanta podredumbre ya no funciona. El cambio está llamando a la puerta.
