qué tendrá la tal Olga María Henao que a los prebostes del PP encandila, pues se ha fotografiado con todos los que se le han puesto a tiro, y a algunos enamora, entre ellos Monago. Encantos de la joven aparte -tampoco para tanto, según sus posados obrantes en Internet-, lo de menos es el fornicio que se trajo el presidente extremeño con la empresaria colombiana durante dos años y medio, puro chismorreo; lo de más, por resultar sobrado y sobrante, son los 32 viajes a Canarias (en 15 meses) pagados a cuenta del contribuyente por el entonces senador para visitar a su amante. Lo obsceno del caso a efectos éticos alarma en este preciso momento de exasperación ciudadana, pero no se vayan a creer que no hubo más del mismo tenor a costa de la caja común y de los bienes públicos que con ella se sufragan. Y justo aquí sin ir más lejos, donde por ejemplo un político ya finado utilizaba el coche oficial para moverse con su querida fuera de Navarra, el mismo vehículo del que un exconsejero ya retirado de la escena se apropiaba casi cada fin de semana para desplazarse a Madrid o que otros cargos electos han empleado para llevar de compras a sus esposas sirviéndose de estacionamientos reservados, para trasladar a la prole donde fuera menester o para irse de copas con transporte gratuito y sin arriesgarse a reventar el alcoholímetro en un control. Nótese, por cierto, que todos abusos cometidos por hombres. Volviendo a Monago, la restitución del dinero dedicado a encontrarse con una churri no le exime en absoluto de responsabilidad siquiera política por mucho que pueda servir como atenuante ante los correligionarios. Más al contrario, el retorno de lo apoquinado a escote cuando su disfrute tinerfeño era personal e intransferible evidencia de forma palmaria su mala conciencia, lo que cabe aplicar miméticamente a la devolución por Barcina de los sobresueldos secretos de Can una vez que este diario los reveló. Quede claro que el reintegro de lo dispuesto indebidamente se antoja un imperativo individual y ni enjuaga la tropelía cometida, ni debe reconocerse como mérito.