Cada día la gente cree menos en los partidos políticos tradicionales. Y no es de extrañar. El actual sistema formaciones, heredero de la Transición y de las legítimas ansias de libertad y democracia de aquella época, ha sido más o menos eficaz durante muchos años, pero el tiempo lo ha acabado corrompiendo, haciéndolo más opaco y cada vez más alejado de la ciudadanía. Los grandes partidos, los que se han repartido el poder durante décadas, rezuman hedor, autocomplacencia, apatía... Están apolillados y, a lo visto en los sondeos, no generan la confianza en la mayoría de la sociedad, a la que dicen deberse pero a la que no solucionan sus graves problemas. La crisis ha traído los duros recortes sociales, desempolvó una cascada de casos de corrupción y activó los movimientos ciudadanos y sectoriales que desembocaron en el 15-M. Ahí nació la semilla de la nueva forma de hacer política que germinaría luego en el tsunami Podemos, la formación a la que todas las encuestas ya dan por triunfadora en las urnas sin haber concluido su periplo hacia la consolidación de sus estructuras en un partido al uso clásico. En Navarra, incluso sin haber anunciado que se presentarán a los comicios forales. Pablo Iglesias y su gente triunfan porque su vena populista cala en un electorado en el que reina el desencanto y dicen a la gente, sin tapujos, lo que quiere oír. Aunque su confuso y contradictorio programa esté lleno de quimeras. Para empezar, ayer en un acto más propio de la “casta” que combate ya rectificó su propuesta estrella, la renta básica universal. Ante este empuje los partidos tradicionales se están rearmando. Sánchez asegura que no le inquieta Podemos, pero está revolucionando las estructuras, los modos y las propuestas de un PSOE anquilosado y amenazado de batir el triste récord negativo de Rubalcaba. En IU, su nuevo líder, Alberto Garzón, ante la que se le viene encima, y para evitar que le coman el pan del morral, aboga por un “espacio unitario” pero sin fusión. Mientras, Ciudadanos y UPyD andan pergeñando sin éxito una unificación a prueba del ego de sus líderes. El PP es otra historia. El poder tapa sus miserias y la sumisión al líder mancilla toda autocrítica. Pero tendrá que cambiar si quiere conservarlo.
- Multimedia
- Servicios
- Participación
