Habla en la radio el Langui, actor y músico de éxito, de su experiencia vital, de su afán diario por superar las limitaciones provocadas por una parálisis cerebral de nacimiento, de plantearse retos rutinarios y no acomodarse nunca. Relata el Langui su infancia de niño discapacitado cuando cruzo por delante de ella y de su silla de ruedas. Espera el autobús junto a la marquesina. Sola porque ha aprendido a aprovechar su limitada autonomía -la personal y la mecánica-, sola porque no quiere ser una carga para su gente más cercana y supongo que también porque eso le sigue haciendo fuerte. Necesita de todos, de una frase de cariño, de una broma bienintencionada a tiempo de sacar una sonrisa, pero ha decidido estar sin nadie cuando de enfrentarse a lo cotidiano se trata. Incluso ese gesto de no buscar el cobijo de la marquesina en una tarde de viento y fría se me antoja, a bote pronto, una postura decidida ante las inclemencias de la vida. El mecanismo del autobús la subirá a bordo y luego irá a su lugar de residencia; eso sí, sorteando todavía las numerosas trampas que le tiende el urbanismo de las ciudades, cada día más verdes y amplias, como pensadas para correr y caminar, pero no para las personas con dificultades de movilidad.

“No acomodarse”, repite el Langui, un objetivo difícil y no solo por la pereza de un cuerpo de respuesta lenta. Si la arquitectura no ayuda, el entorno socio-laboral tampoco. Empresas y administraciones públicas incumplen la reserva de plazas para este colectivo y las ayudas a la contratación de personas con discapacidad han mermado en un 61% respecto al año 2010. Es cierto que el resto de la población sufre de igual manera las secuelas de la crisis, pero limitar la integración laboral de estas personas no hace sino agravar su situación, incluso en el caso de los más decididos y optimistas.

Esas cifras hablan de la falta de capacidad de la sociedad para ofrecer respuestas a esta problemática, más allá de mensajes amables que tienen que ver con una fecha del calendario. ¿Y después? Después está la vida desde una silla de ruedas...