dice mi mujer que los hombres nunca superamos de verdad la etapa del caca, culo, pedo, pis con la que desde los 4 o 5 años somos capaces de reírnos nosotros juntos y nosotros solos con nosotros mismos. Bueno, en realidad no lo dice de todos los hombres, solo de mí; pero, por lo que veo a mi alrededor, los hombres que alcanzan la madurez plena son una franca minoría, una excepción despreciable en cualquier ecuación sobre la masculinidad moderna.
Lo único que los hombres hacemos es ir cambiando con el tiempo esas palabras por otras más gorrinas (salvo culo, que nunca pierde su capacidad hilarante).
Y los ejemplos sobran: Urdangarin, firmando el Duque empalmado; todo chiste que todo bombero ha hecho con la manguera -y al que no, le sacan del servicio, por raruno-; o el hecho comprobado de que toda mujer ríe un buen chiste y todo hombre ríe un chiste verde, aunque sea infame.
Y qué decir de eso que se llama humor inteligente y que ahora abanderan Buenafuente y su troupe, y la banda manchega de Muchachada Nui.
Y qué decir de Twitter. Quitas a los que lo usan para darle brillo a su propio ombligo y al de sus amiguicos; y quitas a los que lo usan de vomitorio, para desahogarse en él; y el resto no es más que un inmenso caca-culo-pedo-pis.
Y quien quiera una versión más bestia, que acierte con el grupo masculino de WhatsApp. Verá en él cosas que no solo no creerías sino que escandalizarían incluso a los que viven cerca de la puerta de Tanhausen.
Iba a rematar todo esto con un párrafo que empezaba así: “Es triste admitirlo, pero...”, pero he caído en la cuenta de que no es tan triste. La inmadurez tiene una indudable ventaja: te hace feliz con cosas mucho menos exigentes que las que necesita un serio adulto. ¿No dicen los gurús del pensamiento ñoño, con Paulho Coelho a la cabeza, que hay que tener el alma de niño? Pues en ello estamos casi todos los hombres. Desde los 4 años.