mario Conde saltó a la palestra en la década de los ochenta por encaramarse en tiempo récord a la presidencia del Banco Español de Crédito (Banesto), a los 39 años tras dar un doble pelotazo con la venta a sendas multinacionales de dos laboratorios y hacer una caja de miles de millones con la que financiar primero su asalto a la entidad financiera y luego, desde esa poltrona, dorar su henchido ego de poder. El genuino representante de lo que en aquella época se denominaba beautiful people y campeón mundial de consumo de gomina por centímetro cuadrado de cabello no dudó en destinar ingentes recursos de la entidad a adular al poder político, social, cultural y deportivo de la época. Sus tentáculos llegaron hasta el Borbón que entonces ocupaba la Jefatura del Estado con quien mantenía turbias relaciones no del todo aclaradas. Todo ello contribuía a abrillantar una carrera empresarial, presentada en los medios como modélica. Pero la realidad es siempre más tozuda y en diciembre de 1993 estalla el caso Banesto, intervenido por el Banco de España por un agujero de casi medio billón de las pesetas de entonces (tres mil millones de euros) por el que fue condenado a 20 años de prisión por el Supremo, de los que purgó sólo 11. En sus cuentas suizas quedaron distraídos al menos 13 millones de los que iba echado mano para su dorada jubilación y de los que ahora hemos tenido noticia. Mientras tanto se permitía desde las atalayas mediáticas ultraconservadoras darnos lecciones de ética y bonhomía, obviando tanto la amnistía fiscal del PP como la lista de morosos de Hacienda, en la que figura con 9,9 millones en el debe. El fiel exponente de la cultura del pelotazo esconde bajo esa apariencia de honoris causa resentido su perfil más real: que, hasta que se le acabó el chollo, aspiraba a acaudillar los destinos hispánicos como pantalla para saciar su codicia. Aprovechándose de la vía helvética, claro.
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