H ay un viejo chiste de El Mundo Today que hizo fortuna en las redes sociales: “Un vertido de productos homeopáticos se salda con cero consecuencias”. Vender agua a precio de Vega Sicilia -según las últimas cifras publicadas, es un negocio anual en España de unos 60 millones de euros-, con unos supuestos poderes curativos que nadie ha podido demostrar -más allá del efecto placebo-, es carne de cañón para el humor.

Pero la cosa deja de tener gracia cuando descubres que los vertidos homeopáticos a veces sí tienen consecuencias: la semana pasada, los padres de un niño italiano de 7 años se empeñaron en tratarle una otitis con agüita milagrosa, en vez de darle un sencillo antibiótico, y la infección se extendió hasta matarlo.

En Italia, no en una tribu del Amazonas aún no descubierta. En el siglo XXI, no en la Edad Media. Y por culpa de sus padres, no de unos desaprensivos que querían ver muerto al chaval.

No hemos conseguido enterarnos de si a los padres les van a acusar de algún delito -paternidad irresponsable, denegación de auxilio, desprotección de un menor- y nos parece algo muy secundario, porque no nos imaginamos castigo peor que enterrar a un hijo, y porque ya dice el viejo refrán que no hay que atribuir a la maldad lo que se puede explicar con la ignorancia.

Pero sí nos gustaría saber qué se hace -en Italia y en toda Europa-, y si se hace todo lo posible, para acabar de una vez por todas con el fraude de la homeopatía que, como se ve, no solo es un sacaperras para gente enferma -especialmente lucrativo (y especialmente obsceno) cuando es una enfermedad grave, porque alguien desesperado se agarra a lo que sea-, sino que además causa muertes tan evitables como ésa por abandonar los medicamentos reales, los que han sido inventados, fabricados y probados de manera científica para curar de verdad.