el presidente con ínfulas de cowboy Trump reduce la última matanza de Texas a un “problema de salud mental”, sin plantearse ni por el forro una regulación más estricta en el acceso a los 300 millones de armas de fuego que circulan por esos Estados Unidos donde moran 325 millones de habitantes. Un dato casi tan espeluznante como la propia masacre en la iglesia baptista de Sutherland Springs, ya que cerca de la mitad de los residentes en USA vive en hogares autoprotegidos porque un tercio de la población adulta posee al menos un arma y la mitad de ese tercio mantiene en uso más de dos piezas incluyendo un rifle. Hasta qué extremo ha llegado la cultura armamentística en el país más poderoso del orbe que tres de cada cuatro ciudadanos que portan siempre pistola conciben esa tenencia como fundamental para considerarse seres libres, con el amparo de 44 de los 50 estados yankis. Esa percepción individual reconocida como derecho, que contraviene el principio hegemónico en Europa de que los Cuerpos de seguridad pública ejercen el monopolio de la fuerza legítima -y sujeto a revisión judicial-, se compadece fatal con la realidad. Pues no hay día en que no se registre una víctima mortal en un tiroteo en la calle, un detalle baladí para el intocable lobby armamentístico, cuyos privilegios defiende la potentada Asociación Nacional del Rifle con tanto éxito que ha inoculado en la mitad de la colectividad el convencimiento de que no caben restricciones. En el blindaje de tan pingüe negocio radica la imposibilidad fáctica de reglamentar la comercialización de armas, que también ofrece un sesgo de género e ideológico porque el prototipo de propietario responde a un varón blanco, de extracción rural y republicano, con frecuencia de tintes supremacistas. Así se entiende que el 60% de la comunidad afroamericana diga conocer a algún herido de bala, un porcentaje que mengua al 40% entre los blancos de toda procedencia. El trágico corolario es que el beneficio por la venta de revólveres y escopetas se dispara con cada acribillamiento en masa. La muerte hace caja y no sólo de madera.