las tres marcas más emblemáticas de la hasta ahora prestigiosa industria automovilística germana se han visto salpicadas por un nuevo escándalo que destapa su avaricia y falta de escrúpulos para lograr unos bárbaros beneficios dejando de lado muchas veces cualquier consideración ética. Si el dieselgate, las acusaciones de cártel y las sentencias contra los motores contaminantes no han minado considerablemente la imagen de los poderosos fabricantes de automóviles Volkswagen, BMW y Daimler, la filtración de que encargaron y pagaron experimentos en 2013 y 2015 en los que se hizo inhalar gases emitidos por motores diésel a monos y a seres humanos para determinar sus efectos sobre el sistema respiratorio y sobre la circulación sanguínea, es la punta del iceberg vergonzosa e inaceptable de oscuras y manipuladoras maniobras para blanquear conciencias y engordar beneficios. Vender más y -por lo visto- olvidarse de algunas cuestiones morales se ha convertido en una constante. Y estos experimentos que han salido a la luz gracias a perseverantes investigaciones periodísticas tienen escasa o nula justificación ética o científica. En una época en la que crecen las preocupaciones y se multiplican las acciones para combatir el cambio climático estos fabricantes que exhiben todos los años pingües beneficios deberían dedicar sus estrategias a reducir las emisiones contaminantes en lugar de a intentar probar que no son dañinas. Hacer inhalar los gases derivados de la combustión a personas y monos es un experimento repulsivo y gratuito. Pedir perdón cuando el escándalo ha estallado no es suficiente. Hace falta implementar procesos de control que justifiquen la necesidad de algunas actuaciones y que estén guiadas por consideraciones éticas. Porque cada vez es más evidente que muchas multinacionales se empeñan en especializarse en prácticas codiciosas y dudosas operaciones de imagen para enmascarar la realidad y engañar y menospreciar a los consumidores.