con La Manada en la calle se consuma la cuádruple victimización de la joven atacada sexualmente en los Sanfermines de 2016, pues la libertad de los agresores supone su confinamiento en Madrid. Y antes de esa condena de reclusión casi domiciliaria se sucedieron la propia penetración múltiple a la fuerza, una sentencia de abusos en lugar de violación por obviarse en el fallo el sometimiento acreditado en los hechos probados, más un voto particular delirante por imputar a la víctima su participación en una orgía jolgoriosa. El auto de libertad provisional representa antes que nada la enésima afrenta a la víctima, porque para empezar más riesgo de fuga mediará cuando los reos ya han sido condenados y se siguen enfrentando en la fase de recursos a más del doble de los nueve años de cárcel de pena inicial, que aun de confirmarse tal cual les reportaría también el doble de prisión continuada efectiva que los dos años ya cumplidos. Tampoco la lógica civil común puede aceptar acríticamente que se minimice el riesgo de reiteración delictiva desde la premisa de que esos cinco sujetos perciben su conducta como irreprochable hasta presentarse como víctimas, pese a actuar con un palmario abuso de superioridad física y con una evidente premeditación, intercambiándose mensajes previos con alusiones expresas a violaciones en San Fermín. A lo que agregar el precedente del manoseo en Pozoblanco a una joven inconsciente, otra grabación nauseabunda de esta jauría, cuya mala fama derivada del rechazo social se les recompensa en forma de indicio de no reincidencia por mera imposibilidad fáctica más que por propia voluntad, lo que constituye una aberración intelectual. Este cóctel explosivo de machismo criminal e incongruencia judicial ha mutado en un rugido clamoroso contra la misma Manada y la insensibilidad de la Justicia en materia de género. Cabe exigir que a esta víctima específica se le repare en lo posible el ingente daño padecido con la máxima diligencia y que a la ciudadanía en general se le dispense como tributo a su justa movilización el reconocimiento legal de que si no es un sí es que no, consignándose un solo delito de atentado sexual sin distinguir entre abuso y agresión para dejar de verter la carga de la prueba sobre la damnificada. O en concreto sobre su capacidad de resistencia, al fin de que nunca más pueda confundirse la rendición por pura supervivencia con consentimiento e incluso regocijo.
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