en pleno agosto, he visto menos aglomeración de veraneantes en Benidorm que de montañeros haciendo cola días atrás para pisar la cima del Everest. Salvando las distancias y los climas, a todos les empuja el mismo objetivo: disfrutar de un palmo de arena o de nieve helada. También más pronto que tarde, las agencias de viaje colgarán de sus escaparates ofertas para conocer al gigante del Himalaya junto a las tradicionales estancias en resort de República Dominica con todo incluido.

Se cumplieron ayer 66 años de la primera ascensión a la cima más alta del planeta. Un hito humano y deportivo resumido en la famosa frase de Edmund Hillary a su compañero de aventura, el sherpa Norgay Tenzing: “¿Has visto, George? Hemos derrotado a este bastardo”. George era George Mallory, el inglés que desapareció camino de la cima en 1924. El majestuoso y amenazante Everest, poner los pies sobre su cabeza, aparecía entonces como un reto similar a llevar a un hombre a la Luna y devolverlo a casa. Ya hace tiempo, sin embargo, que hay lista de espera para viajar a Marte.

El Everest ha perdido la mística en la que ha estado históricamente envuelto: una montaña solo al alcance de superhombres o supermujeres, de expediciones que recibían una atención mediática similar a la que en su tiempo hubiera despertado Hernán Cortés explorando ignotas tierras. Hoy, esa foto que ha dado la vuelta al mundo con una hilera de montañeros camino de la cima rompe la magia. A eso ha llevado una masificación descontrolada que luego tiene una segunda expresión en los miles de kilos de basura desparramados por el campo base, convertido en una aldea a más de cinco mil metros de altura. Así las cosas, aunque le suponga una merma de sustanciales ingresos económicos, el Gobierno de Nepal tendrá que adoptar medidas para frenar la avalancha de turistas y evitar el negativo impacto en el medio natural. O eso o abrirlo a los viajes del Imserso?