la campaña que rechaza el envío de propaganda electoral a los domicilios se ha quedado corta. No me refiero al número de solicitudes tramitadas (unas 12.000 en Navarra y más de 800.000 en todo el Estado), sino en su posible extensión a todo lo que tiene que ver con recortar este bucle de elecciones para el que nadie adivina aún hoy un final claro para ninguno de los aspirantes a tocar el pelo del poder, bien en solitario o en compañía de otros. Quiero decir que puestos a pedir, no estaría de más reclamar la supresión de la pegada de carteles, de los debates en televisión, los mítines a pequeña o gran escala, la publicación de las notas de prensa con la actividad diaria de los candidatos y sus secundarios, las entrevistas, las visitas a centros de jubilados o a mercadillos... Porque, díganme, ¿qué aportan de nuevo? Llevamos meses -desde la última convocatoria de abril, incluso antes- con la misma música de fondo, con idéntico catálogo de promesas (subida de pensiones, bajada de impuestos, fomento del empleo...), y si la campaña ha sido reducida de quince a siete días, igual da limitarla solo a la jornada de reflexión y, si me apuran, ni eso. Llamada a votar y punto. Porque en este escenario de interinidad permanente lo único que ha cambiado es la composición de las mesas electorales y el trastorno que provocan en muchos ciudadanos que ven alterados sus planes con menos de un mes de antelación por mucho que lo revistan de un servicio a la democracia y lo retribuyan con unos euros por las molestias causadas. No hay nada nuevo para vender, ni mensaje ni caras, más allá de la aparición de Errejón. Ayer mismo, Navarra Suma presentaba a sus candidatos: por un momento pensé que eran imágenes de archivo. Continúan con idéntica perorata, estos y los otros, aunque ahora la cuestión catalana pasa a ser materia electoral de primera línea. Ahí los quiero ver: con diálogo y soluciones, aunque parece que a todos se les ha ido de las manos. De lo demás, está todo dicho.