a sabemos que, a nivel informativo, nevar, solo nieva en Madrid. Caigan cuatro o cuarenta copos, las televisiones mandan a sus reporteros con la orden expresa de meter los pies en las aceras con más espesor o allí donde quede cruzado un autobús o encuentren a un camionero maldiciendo; y si ruedan por el suelo o los corren a bolazos, mucho mejor. La nieve es un espectáculo televisivo y llenó horas de programación durante el pasado fin de semana; y así, acabaron convirtiendo una espera de cuatro horas del Real Madrid para despegar de Barajas en una odisea (cuando sucede en verano para ir de vacaciones o perder enlaces, que pasa a menudo, el asunto es irrelevante) y filmaron la Gran Vía como una franquicia de la Quinta Avenida de Nueva York en un día de tempestad invernal. Al final, los efectos de Filomena en la ciudad, en el mobiliario urbano y en la actividad económica han llevado a su alcalde a solicitar la declaración de zona catastrófica. Tendrá argumentos para ello, pero serán los mismos que pueden esgrimir todos los años amplias zonas de Soria, Teruel o Castellón, con menos medios para combatir las nevadas y más desasistidos de recursos públicos. Pero que nieve y hiele en esos lugares es habitual y el problema, dirá alguno, es de los vecinos por residir en la España deshabitada. Imagino que Martínez Almeida cuando habla de zona catastrófica se refiere también a las concentraciones de personas en la Puerta del Sol, bailando La Macarena, sin que nadie lo impidiera o las disolviera, en plena ola de contagios.

La declaración de zona catastrófica, de concretarse, debería contemplar también en Madrid el territorio de La Zarzuela, residencia de los monarcas. El reciente dictamen de los letrados del congreso amparando la creación de una comisión de investigación que indague en el uso de las tarjetas black por parte del ya rey emérito y miembros de su familia es una oportunidad perdida de conocer la verdad, al votar los socialistas en contra, aliándose al lado de PP y Vox. Como dijo su socia de Gobierno Ione Belarra, una actitud "decepcionante", pero a las que ya nos tiene acostumbrados el PSOE al tapar los trapos sucios de la monarquía bajo la premisa de ser una cuestión de Estado. Ese silencio impuesto a los tejemanejes del emérito, la defensa a ultranza de su figura desde determinadas tribunas mediáticas, echar la culpa a podemitas e independentistas, es seguir haciendo el juego a la corrupción.

Mientras en España las cifras de contagios diarios (38.869) baten récords, el elogiado conductor de la Transición sigue encerrado en su jaula de oro de Emiratos Árabes. Lejos de todas las zonas donde se sigue consumando la catástrofe.

La declaración de zona catastrófica, de concretarse, debería contemplar también en Madrid el territorio de La Zarzuela, residencia de los monarcas.