onfieso que sentí un escalofrío cuando escuché los gritos de "asesino, asesino" por parte de una multitud exaltada frente al establecimiento de la persona que ahorcó una perra que previamente había arrebatado a sus dueños. Luego, las redes sociales difundieron imágenes de gentes que destrozaban con rabia una furgoneta propiedad del agresor. La protesta por un acto cobarde, reprobable y sádico se había ido de las manos. Es lo que pasa cuando el acaloramiento de una parte de la muchedumbre supera la intención primera de quienes solo pretendían manifestar su rechazo por tan salvaje actuación, señalar al culpable y pedir que caiga sobre él la censura social y el peso de la ley.

He convivido doce años con una Yorkshire; y escribo convivir aunque este concepto se aplique técnicamente a la relación entre grupos humanos. Mi perra era un animal, pero con comportamientos (cariño, acompañamiento, nobleza, fidelidad...) que no he percibido en seres de mi misma especie (o eso nos aseguran los manuales de biología que somos los seres de dos patas). No creo que nadie que haya disfrutado de la compañía de un perro se escandalice si digo que puesto en la tesitura extrema de elegir entre mi perra o a determinados humanos, no tendría ninguna duda por quién optaría.

Por todo lo anterior, entiendo la primera reacción de quienes cogieron a sus perros y se echaron a la calle para denunciar un acto tan aberrante que cambia la naturaleza de víctima y verdugo y convierte a este, al ejecutor, en el animal irracional. Pero aún siendo un acto execrable, no justifica la posterior amenaza del linchamiento. Aunque quede camino por recorrer, tenemos que demostrar que hemos avanzado como especie desde los tiempos del homo sapiens; recuerdo de pequeño cómo se deshacían de forma brutal de cachorros recién nacidos por imposibilidad de atender a toda la camada; de cazadores que sacrificaban a sus perros cuando no les servían; o de las torturas a gatos convertidas en juegos de niños. Hoy hay mucha más sensibilidad con los animales, se denuncian las agresiones y malos tratos, pero ese compromiso con la causa no puede llegar a convertirnos nunca en una jauría humana.

La protesta por un acto cobarde, reprobable y sádico (el ahorcamiento de una perra robada a sus dueños) se había ido de las manos