Martín tiene 8 años y ya se ha percatado de que en el barrio donde viven su aitatxi y su amatxi hay pocos coetáneos. Hay tan pocos que ya lo ha bautizado como abuelolandia. Una aguda percepción que no es nueva porque hace ya unos años se acuñó como ruta del colesterol a esa especie de paseo que circunda la avenida de Navarra y que en horas de sol se poblaba y puebla de personas jubiladas haciendo su paseo o marcha diaria por eso del envejecimiento activo. Y ahí está la clave, el envejecimiento. Si es activo, mejor, desde luego, pero de lo que se trata es de llamar la atención sobre el envejecimiento.

Esta semana los institutos de estadística estatal y foral se han hecho eco de los datos referidos al movimiento natural de la población y se han encendido las alarmas: por primera vez hay más fallecimientos que nacimientos y la población navarra está abocada a un envejecimiento que difícilmente va a contribuir al relevo generacional. Lo de vivir más años y con calidad es lo deseable, porque es evidente que no hay que añadir años a la vida, sino vida a los años. Vivir más pero con calidad y calidez. Envejecimiento activo y saludable.

Las campañas, los hábitos, las acciones progresistas van en esa dirección y para ello las personas inmersas en la jubilación -dicen que viene de júbilo- se esmeran en pelear, como el sábado, por unos recursos económicos que les permitan vivir en condiciones y sean la justa recompensa a su contribución laboral. Pero a lo que iba, los datos son alarmantes. Hace falta gente joven capaz de reconstruir y rejuvenecer esta Europa cada vez más caduca. Para ello, se requieren políticas progresistas, igualdad, desterrar la precariedad laboral, viviendas asequibles, animar la natalidad y abrir la muralla a quienes llegan cargados de juventud y cerrarla a la intolerancia xenófoba.