Antes de la creación de las redes sociales a través de internet, cuando todos los debates eran necesariamente presenciales y a viva voz, alguien dedujo un axioma: “Toda discusión que se alarga lo suficiente acaba siendo sobre Hitler o sobre cuestiones semánticas”.

Pero la aldea se hizo global, y ahora cada tema -y cada personaje público- tiene su réplica específica, su punto de llegada inevitable. Por ejemplo, Echenique no puede escribir un tuit sin que alguien le recuerde que no pagó la Seguridad Social a su asistente o le llame Echeminga, por aquella jota que se marcó un día. Y Pablo Casado está descubriendo que le va a pasar lo mismo con su máster regalado, aunque en su tuit hable de Cataluña o de violencia contra las mujeres.

Y, cómo no, en lo relativo al catolicismo es igual. Cada vez que alguien lo critica o insulta -caso de Willy Toledo, cagonet de Dios y la Virgen por decisión propia- alguien sale con un argumentito cuya variante principal es “A que no te atreves a decirlo en una mezquita”.

Es un razonamiento incomprensible. Como si cada vez que alguien insulta a alguien -algo frecuente en Twitter-, el insultado replicara: “A que no te atreves a decirle eso a Mike Tyson a la cara”. Y el insultador contestaría, supongo: “No, claro que no, porque me da un guantazo que me pone en órbita. Pero es que no quería insultarle a Tyson, sino a ti”.

El argumentito es, además, sospechoso, porque te queda la duda de si a quien lo usa le gustaría que los cristianos fueran tan brutos como los yihadistas, y que cada persona que critica a la Iglesia católica fuera señalada para matarla, como Salman Rushdie, el autor de Los Versos Satánicos. Uno creía en su ingenuidad que incluso a los católicos les gusta que quedaran atrás la Inquisición, los Autos de fe y el Índice de Libros Prohibidos, pero se ve que los del argumentito echan de menos esa época, y que no les basta con que la blasfemia siga siendo delito. En el siglo XXI. En una democracia occidental. Por más señas, la de la Transición ejemplar.