En estas fechas tan entrañables -se llaman así porque te comes las entrañas de lo que sea, para que nadie te diga que te dejas lo mejor- hay una costumbre cristiana muy poco cristiana que consiste en darnos la barrila a los descreídos/agnósticos/ateuchos con la pregunta: “Si no crees en Dios, ¿por qué celebras la Navidad?”.

Yo, en estos casos, siempre apelo al Argumento de Oportunidad: “Tampoco soy de tu pueblo, pero si me invitas, me como y me bebo lo que me echen...”.

Pero lo cierto es que la lista de respuestas es interminable: el que no se plantea nada -“Esto no lo he organizado yo, ni me han consultado para hacerlo. Por tanto, si me dan fiesta, disfruto la fiesta, ¿algún problema?”-. El que se mete en honduras históricas -“Es el Solsticio de Invierno, y se celebra desde hace miles de años”-. Y el que se anima incluso a discutir de teología con profesionales: “Es la antiquísima fiesta del Sol Invicto, y el cristianismo se apropió de ella”.

A todos estos respondones hay que añadir los que no solo niegan su incoherencia, sino que la mandan de vuelta: “Yo, que no creo, dedico estos días a ver a mi familia y a copiosos banquetes. Tú, que sí que crees, ¿vas a misa todos los días y a ejercicios espirituales, o te centras en la familia y a ponerte hasta el culo?”

Pero no nos engañemos: en el descreímiento/agnosticismo/ateuchismo cada uno hace la guerra por su cuenta contra una organización organizada y jerarquizada. Es el problema de que no exista una Iglesia Agnóstica que defienda las ideas de sus feligreses, y limpie, fije y dé esplendor al corpus ateorum, un argumentario para tirar de él cuando nos vengan con preguntitas capciosas como ésa. Y un lobby para, entre muchas otras cosas, acabar con el agravio comparativo de que en este país sea delito la ofensa a los sentimientos religiosos, pero haya barra libre para insultar a los incrédulos. Y, ya puestos, unas inmatriculaciones. Si los que creen en el reino de los cielos las hacen sin pudor, por qué no hacerlas los que solo creemos en éste.