uía para ganar el Nobel de Literatura: escribir la mayor y mejor parte de tu obra cuanto antes... y seguir vivo el máximo tiempo posible. La decisión de la Academia sueca de premiar solo a escritores vivos es lo que tiene: si te mueres joven, tú te lo pierdes, por flojeras.

¿Se merece la poetisa estadounidense Louise Glück el premio Nobel que le han dado este año? Seguro que sí.

¿Hacía falta esperar hasta 2020, cuando públicó el 95% de su obra entre 1968 y 2001? Quizás sí, porque el tiempo da perspectiva para valorar una obra o, como dicen los críticos literarios, los árboles no dejan ver el bosque y hay que distanciarse para contemplarlo.

Pero, a lo que vamos: ¿se lo habrían dado si se hubiera muerto en 2019 con 76 años? No. Imposible.

Dice la Academia que concede el Nobel a Glück por su “inconfundible voz poética”, por “su brutal franqueza” y porque “su lírica persigue siempre la claridad”. Que, aunque hayan tardado tanto en darse cuenta, está muy bien.

Pero, por más que lo he buscado, no he encontrado que se lo dan también -y como condición sine qua non- por haber sido capaz de llegar a los 77 años sin diñarla. Con la mala vida que lleva toda poetisa que se precie.

Lo llamábamos un día el Nobel de Supervivencia y la Academia sueca se empeña en darnos la razón: la edad media de los ganadores está en los 65 años. Y el caso más divertido fue el de Doris Lessing, que lo recibió en 2007 con 88. Estoy convencido de que se lo dieron precisamente por su edad, para premiar su insistencia en eso a lo que dice Woody Allen que aspira: pasar a la inmortalidad por el método de no morirse.

Pero por este afán casi obsesivo de la Academia de premiar a jubilados es por lo que el japonés Haruki Murakami está tan tonto últimamente con su petición de que le den el Nobel. Cumple de sobra con la principal condición: tiene ya 71 años. Que persevere: si se sigue cuidando, quizás un buen día le premien continuar vivo.