ste asqueroso coronavirus nos va a dejar como legado algunas herencias positivas, desde la perspectiva relacional por ejemplo una mayor empatía con los demás y en particular con las personas frágiles necesitadas de mejores cuidados. Esa ganancia colectiva también alcanza a la esfera individual, pues hemos interiorizado una nítida percepción de nuestra levedad como seres mortales y además el confinamiento nos ha enseñado la virtud de la austeridad y a la vez nos ha potenciado como sujetos más creativos. Esa visión optimista debe contrastarse sin embargo con la información y ahí nos sobreviene irremediablemente el pesimismo en la ocurrente acepción de Mario Benedetti. Sirvan como datos concretos dos aportados ayer en el Parlamento foral por la consejera Saiz para cuantificar un doble desplome lesivo para Navarra, a saber: en cuanto a recaudación una merma del 20,2% respecto a lo previsto para este año, como 818 millones menos de ingreso; y en términos de PIB entre un 6,4% y un 9% de caída, a pesar de nuestro pujante sector industrial y la menor dependencia del turismo. Guarismos macro fatales que obedecen a otros tan nefastos como el cierre de empresas, 477 solo en los dos últimos meses según los registros de la Seguridad Social en Navarra, y la atrofia de un empleo en clara involución hacia niveles de la crisis financiera de hace una década, pérdida todavía enmascarada por la cantidad de trabajadores hoy regulados que acabarán en el paro conforme expiren los expedientes autorizados. La resultante es que, una vez agotado el júbilo ante la vuelta inicial a las rutinas anteriores a la epidemia, la depauperación de las rentas familiares redundará en el colapso del consumo privado por una pura cuestión de prudencia. Cautela a la que también contribuirá, más allá de la moderación salarial inherente a toda crisis, la incertidumbre adicional derivada del cambio en las relaciones laborales básicamente por el alza del teletrabajo. Todo un avance en parámetros de eficiencia productiva, así como para la conciliación familiar si no deriva en esclavitud digital. Otro de los abismos a los que nos asoma la cruda nueva normalidad en ciernes.