oviembre es demencial. Para empezar, porque ya me dirán qué hacemos por estos lares recordando a nuestros difuntos vestidos con calabazas, dando a escoger entre truco y trato, una elección inverosímil. Como para que los muertos vuelvan a diñarla. Y si iniciamos el mes con ese Jálogüin cuya grafía en castellano ya denota el grado máximo de tontuna, ahí están para rematarlo dos fechas igualmente importadas como el Black Friday, que sucede al Día de Acción de Gracias para desgracia de los pavos yanquis, y 48 horas después el Cyber Monday, lunes consagrado también al comercio pero en su versión digital. Lo peor del caso de este calendario paralelo, quintaesencia del consumismo rampante -clave del capitalismo aspiracional en tanto que nunca se gasta lo suficiente-, radica en que constituye una escalera de mes y medio largo hacia las Navidades. El pistoletazo de salida nada más cambiar al horario de invierno tras las salvas de algunos cantamañanas como el alcalde de Vigo y un número creciente de homólogos, que a base de muchas luces pretenden tapar todas sus sombras. Bombillas a doblón tal como nos cobran la electricidad pero cuyo coste tampoco este año disuadirá a los plantadores de árboles luminosos a destiempo, prestos a sacarlos a pasear desde ya mismo. Luego -e incluso antes- están los cosechadores de lotería en los rincones más recónditos, que en este contexto incierto se tienen unas ganas locas de hacerse millonario. Y en todos los hogares es momento ya de planificación navideña, de dilucidar dónde se zampa y se trinca los días señalados. En ese reparto de comidas y cenas familiares que antes de la pandemia a menudo se atragantó, si bien con el coronavirus añoramos como esas dulces resacas que dejan los alcoholes que riegan los sentimientos mejores. Así que en nada comenzará el aprovisionamiento general, con la compra de congelados antes de que los precios se disparen y de la juguetería de moda en previsión de su escasez. Y así, dejándonos mecer por la inercia de siempre aunque ahora potenciada por el ansia de recuperar el tiempo perdido ante las restricciones covid, ascenderemos hasta una Nochebuena que para demasiados se hará muy cuesta arriba por la cruda manifestación de las ausencias más recientes. De una manera o de otra, la Navidad acabará anidando en nuestros corazones, sí. Pero después que en nuestros bolsillos en esta cuenta atrás cada vez más larga. Que no lleguen desfondados, amigas y amigos, en la triple acepción -física, psíquica y financiera- del término.

La Navidad anidará en nuestros corazones pero después que en los bolsillos en esta cuenta atrás eterna; así que no se desfonden, física, psíquica y financieramente