arco se está convirtiendo en otro día de la marmota. Día de apertura de la feria igual a día de polémicas en el que todo el mundo se convierte en experto con capacidad y conocimientos para decir qué es y que no es arte, en un momento en el que el arte es tan líquido como nuestra sociedad: arte de consumo rápido, sin etiquetas ni definiciones fijas, arte para selfies, arte que existe más para generarnos preguntas que para darnos grandes respuestas... El arte no soluciona problemas, pero sirve muchas veces para hacerlos visibles. Entre lo creado por el artista y lo que se presenta como resultado de su creación media siempre la mirada subjetiva del espectador. Qué es arte y que no lo es, un debate abierto desde hace más de 100 años y fue Marcel Duchamp con su ya famoso urinario de porcelana, Fuente, creado para una exposición en Nueva York en 1917, quien dio inicio a una auténtica revolución al demostrar que cualquier objeto podía considerarse una obra artística cuando el artista (y esta es la clave, qué se entiende por artista) lo saca de su contexto y lo coloca en un espacio adecuado, una galería, una feria, una exposición, un museo... Y desde entonces ha habido muchos creadores, también locales, que se han atrevido a lanzar propuestas provocativas que no dejan indiferente a nadie. Es cierto que casi siempre en Arco manda más lo mediático que el arte, el dinero que el talento, pero las polémicas no las genera el arte ni la feria en sí, a la que le vienen muy bien, sino las interpretaciones externas de algunas obras, casi siempre de los mismos artistas y con los mismos temas. Eugenio Merino y Santiago Sierra, los dos autores del Ninot de cuatro metros que representa al rey y que se ha creado, como todos los ninots por otro lado, para ser quemado, no son dos recién llegados, son dos referencias del arte contemporáneo y por eso año tras año siguen teniendo su espacio en el sector. Creo que en la crítica demasiadas veces se confunde el arte con la realidad y por eso se censura y se descalifica. Como si lo expuesto en Arco no fuera siempre una interpretación subjetiva, como si el arte no pudiera jugar con la realidad, con límites pero sin censuras. La obra en cuestión se ha presentado como una metáfora sobre una institución que a los dos artistas les gustaría que desapareciera y se cuestionan desde ella por qué no se hace un referendum para que los ciudadanos decidan. Pero claro, es más fácil descalificar que escuchar. Es más sencillo decir que eso no es arte que aceptar el reto de entrar al debate social a través de esa provocativa propuesta.