an pasado ya varios años desde que la despoblación entró con fuerzas en las agendas políticas y sociales, años de trabajo, de planes, de proyectos, de ilusiones y sueños, muchos todavía por materializar pero otros tantos hechos realidad gracias a la apuesta de hombres y mujeres por trabajar y vivir en ese entorno rural. Pueblos pequeños con pocos habitantes, repartidos por diferentes territorios, todos distintos, pero con un mismo propósito: conseguir que las chimeneas sigan encendidas en invierno, como esa señal de vida con la que amanecen los días fríos, los que marcan el termómetro real de la gente que vive allí, porque en verano casi todo cambia. Creo que uno de los errores de estos años ha sido generalizar el concepto de despoblación, hacer que sirva para todo, manosearlo en exceso, sin entrar en la particularidad de cada zona para abordar las verdaderas carencias y oportunidades, o llegando tarde, cuando ya el vacío es la forma final de lo que antes había estado lleno de vida y futuro. El acompañamiento de las instituciones para poder abordar esos proyectos que repueblan el mundo rural es decisivo. Igual de decisivo que no olvidar que en los pueblos quienes viven tienen los mismos derechos que el resto, derecho a la salud, a la educación, al ocio, a la cultura... derecho a una conexión digital que en estos tiempos es tan esencial como contar con carreteras limpias cuando nieva y sobre todo derecho a la vivienda, quizás lo más complicado de conseguir para quienes optan por la vida rural. El reto en Navarra está ya sobre la mesa al menos en las dos últimas legislaturas, avanza aunque lentamente y es preciso un impulso final para que los planes se conviertan en algo más que una sucesión de ideas como las últimas presentadas por el Gobierno de Navarra. No es suficiente con la palabra, son urgentes los hechos. Es cierto que la pandemia nos demostró de golpe algunas de las ventajas de vivir en los pueblos, en el campo, lejos de las grandes ciudades, en entornos más sostenibles, más saludables y llegó un cierto boom por lo rural, por volver a los pueblos, por reiniciar vidas después del obligado parón, por encontrar un lugar nuevo para un tiempo cuando menos diferente. Y se está notando, en un mayor movimiento, en relevos en los negocios, en la compra-venta de casas, en una mayor afición por el monte, en un turismo que va a más y que incluso puede acabar saturando zonas que no están preparadas si no se aborda ya y se buscan opciones. Todo suma para consolidar población pero lo esencial sigue siendo cuidar a quienes siguen allí, en esos municipios en riego extremo, que tanto nos dan y a los que tanto debemos.

Todo suma para consolidar población pero lo esencial sigue siendo cuidar a quienes siguen allí, en esos municipios en riego extremo, que tanto nos dan y a los que tanto debemos