el otro día emitieron por enésima vez El patriota, la lacrimógena película con Mel Gibson al frente que va de la guerra de la independencia de Estados Unidos. Hay banderas por todas partes, hazañas bélicas, gestos más o menos honorables en ese relato de horrores, pero peña muy loca y sangre, mucha sangre. Con la bayoneta, haciendo patria. La reposición tendrá que ver con optimizar los derechos sobre la cinta, pero la peli parece colocada a huevo para la movida que se ha montado por aquí. Sabedor de que en la película de Gibson iban a seguir rajando barrigas, cambias de canal y los informativos hablan de la gente de ahora que vive aún allí, también con sus banderas y sus bayonetas, casi con el mismo discurso. Los acontecimientos confirman que un punto de apoyo, un sitio donde montar una palanca, empujar y mover es suficiente. Dos frases hechas, un par de proclamas sonoras y repetidas bastan para tocar lo más primitivo y colocar al personal en la ruta hacia la calamidad. Hacia la calamidad del otro. A la caza de la testosterona -pensar en machismo es peligroso, colocarlo en un programa político, el acabóse- y a por ninguna neurona, así se las gastan estos nuevos hooligans de la vida pública que dan grima. Pasando de decenios que de modernización y costosa evolución han sido, estamos en tiempos de enfoques primarios, de estímulos sencillos. Con un manual de cuatro ideas se monta un discurso y de él no se mueven. Se evita el debate y se insiste en pasearse por las dichosas redes sociales donde cada uno dice lo que quiere y el debate es sólo confrontación. Un terreno fantástico para comentar tropelías y sembrar entre los simples. Probablemente hay una explicación sociopolítica de todo este torbellino que se nos viene encima. Cuidado, que los patriotas reclaman su sitio, también el tuyo, y dan mucha pereza. Los tiempos de la mala educación están aquí. La bayoneta se cala con intolerancia. A ver qué nos pasa.