espués de entrar hay que salir. Llevábamos puestos en los tacos de salida mucho tiempo, mirada al frente, dispuestos a saltar al pistoletazo, al amago. Listos, sin mirar alrededor ni quien nos toca al lado en la línea de salida, solo atentos a la gatera por donde nos han dejado por fin salir a la calle. Tan concentrados estamos que ni se nos pasa por la cabeza que después de un año de confinamiento, reclusión obligatoria y horarios, que aún siguen, se nos llegue a hacer un nudo en el estómago y laberinto en la cabeza cuando con la puerta abierta no interese traspasarla. Está claro que entre costumbres y rutinas uno llega a sentirse cómodo en un orden y que también a la fuerza se cuadricula la existencia. De hecho, las rutinas sirven para aumentar la concentración y vadear alguna presión que por añadidura venga o se sepa.

Pero esto ya no se trata ni siquiera de una pose, de algunos momentos de debilidad, sino que es un problema gordo. Los especialistas, psicólogos, han detectado un repunte del miedo a salir a calle, lo que se denomina como síndrome de la cabaña. La expresión se refiere a pensamientos catastrofistas vinculados a lo que hay fuera del hogar y las reacciones físicas relacionadas con todo ello, se habla de taquicardia, hiperventilación y de otras respuestas físicas frente a lo que espera ahí fuera. Es decir, ese miedo incontrolable que aprieta y angustia, que tendrá sus grados y pondrá grilletes más o menos pesados.

Todos bufamos cuando se nos mandó para la casa, con horarios y régimen de vida, y ahora hay quien padece mucho en la vuelta a la programación de una vida sin programación y sin aparentes candados. Nadie nos dijo que esto iba a ser sencillo. Pero para algunos se está convirtiendo en algo realmente difícil. Y nosotros no teníamos ni idea de todas las zancadillas que por ahí esperan.

El síndrome de la cabaña se refiere al temor a las vivencias que esperan al salir a la calle, otra zancadilla después del confinamiento