la comparecencia del expresidente Miguel Sanz en la comisión parlamentaria que investiga el hundimiento de Can puso aún más en evidencia la dejación de responsabilidades de sus obligaciones políticas de control y gestión de la entidad financiera histórica de Navarra. Un Sanz nervioso, cada vez más nervioso y descentrado conforme las preguntas de los parlamentarios dejaban clara su incapacidad para responder con datos y hechos a las decisiones, operaciones ruinosas -inversiones erráticas, rescates encubiertos de empresas amigas...-, actas o dietas opacas sobre las que fue cuestionado. En realidad, el paso de Sanz por el Parlamento sólo incide en el mismo rastro de debilidad, desconocimiento y temor que ya dejaron tras de sí antes el exconsejero de Economía, Álvaro Miranda, o la también expresidenta Yolanda Barcina. Todos estaban allí, se sentaban en los máximos órganos de control y de gobierno de Caja Navarra, pero ninguno ha sido capaz de explicar nada sobre lo que ocurrió en los años de la expansión desaforada y absurda de la entidad o sobre la fusión con una Caja Sol insolvente y en quiebra dentro del experimento fallido de Banca Cívica que terminó con la desaparición de Can y su absorción forzada por CaixaBank. Sanz sólo estuvo cómodo ante las preguntas de su correligionario de UPN Luis Zarraluqui, también exconsejero del Gobierno y vinculado a una de las operaciones por la que interrogaron sin respuesta al expresidente. Pero a partir de ahí el paso del tiempo derivó en los recursos habituales a no saber, no estar y no decidir sobre cualquiera de las cuestiones o en arremeter contra la Audiencia Nacional por no cerrar el caso o contra el exdirector Lorenzo Riezu. Y como ya hicieran antes Miranda y Barcina, Sanz acabó trasladando las responsabilidades sobre el fiasco histórico de Can a los demás. Incluso llegó a reconocer que ni había visto ni firmado nunca las supuestas actas que se presentaron como prueba de que se celebraban las reuniones de la Comisión Permanente y de la Junta de Fundadores -dos chiringuitos sin función ni actividad real alguna en Can-, de apenas unos minutos por las que cobraban dietas opacas como sobresueldo para complementar sus salarios políticos. Un escándalo más que añadir al cúmulo de escándalos que rodean toda la operación que culminó con el fin de Can y que, por mucho que sus principales protagonistas intenten restar importancia, les persigue por su ineficacia, por su aprovechamiento o por su inaptitud.