que el progresivo regreso de la UPN de Esparza -ahora con la compañía igualmente involucionista del PP de Casado y de Ciudadanos de Rivera- a la derecha más extrema, cobijadora de los restos del franquismo, a raíz de la irrupción de Vox correspondía antes que a nada a la pérdida de credibilidad y de sintonía de su viejo discurso con la sociedad navarra de este siglo XXI, era una certeza a voces con anterioridad a las elecciones generales del pasado domingo. A la evidencia del estancamiento previo de un discurso falseador y anquilosado en el pasado de la realidad Navarra actual se le ha sumado la aparición de Vox, mezcla de pseudoagraviados del viejo montaje partidista y familiar de UPN-PP en busca de salida política y elementos ultras, que no ha hecho sino exacerbar la deriva del discurso de Esparza. UPN se ha extremado hacia la derecha e incluso ha optado por hacer desaparecer sus siglas en la coalición con los antiforalistas de Ciudadanos y del PP ante el temor a que la resta electoral causada por las diversas derechas se repitiera también por el extremo más ultraderechista. Si en el Estado, el PP con la derechización de Casado quizá ni siquiera aspiraba con todo ello a ganar las elecciones, sino que trataba ya de minimizar daños y mantener la hegemonía en el espectro global de la derecha, de la estrategia de Esparza ni siquiera está claro cuál es el camino que aspira a recorrer. Pero todo indica, y más aún visto su discurso político y los contenidos de su programa presentado ayer -una mera suma de propuestas para destruir lo construido y para regresar a políticas y actitudes prepotentes del pasado que ya fracasaron-, que ese recorrido en ningún caso le va a llevar a la presidencia del Gobierno. Con sus principales aliados a la gresca en Madrid -los ataques internos en el mismo PP y las pugna de descalificaciones entre Casado y Rivera-, indican que ese camino lleva a ningún sitio. Más aún si en el núcleo original de esa coalición del frente de derechas está como primer objetivo la expulsión del PSOE del poder. Esparza sabe que no tiene ganancia ya, tras el 28-A, pero también sabe que no tiene margen para volver atrás. Le lastra un discurso duro de cuatro años para un electorado que mayoritariamente en Navarra, ni en el conjunto del Estado, comparte esa visión frentistas y tóxica de la política. Porque una derecha confusa para Navarra, mientras aún se expande por el mundo el populismo ultranacionalista, entraña un riesgo nítido: puede ser peor el remedio que la supuesta enfermedad.