l Consejo de Ministros decreta hoy por un periodo de quince días el estado de alarma para adoptar con esa cobertura normativa una batería de medidas excepcionales ante la emergencia sanitaria causada por el coronavirus. En virtud del artículo 116 de la Constitución y de la Ley Orgánica 4/1981 que regula el Estado de Alarma, Excepción y Sitio, se movilizarán así todos los recursos económicos y sanitarios, públicos y privados, civiles y militares, para la protección de la salud de la ciudadanía. Básicamente, se trata de definir una limitación más concreta de la circulación de personas y vehículos, así como de acotar los establecimientos de atención al público que podrán permanecer abiertos, tales como expendedurías de artículos de primera necesidad. La respuesta escalonada del Gobierno central, siguiendo el criterio de las autoridades epidemiológicas, alcanza la máxima graduación ante la vertiginosa propagación del COVID-19, que la próxima semana superará los 10.000 contagios cuando ahora se sitúan en torno a 4.500, más de 130 en Navarra a estas horas. La declaración del estado de alarma supondrá la práctica paralización de la vida en las calles, una realidad ya en la Comunidad Foral desde ayer mismo, una vez suspendida la actividad escolar y extraescolar, clausurados la mayoría de los centros deportivos y también cerrados buena parte de los establecimientos de hostelería y del comercio minorista. La ejecutoria de las instituciones, orientada a retardar la extensión del coronavirus para preservar a la población más expuesta sin colapsar los servicios sanitarios y en segunda instancia para minimizar el impacto económico, solo puede resultar exitosa con responsabilidad ciudadana, con comportamientos solidarios sobre la base de la estricta observancia de los consejos de higiene personal y de la recomendación de evitar las aglomeraciones, a lo que añadir el aislamiento si se perciben los síntomas del coronavirus. Esa disciplina social, como reflejo de la inteligencia colectiva, no se compadece en absoluto con los intentos de la derecha española en sus múltiples vertientes de aprovechar partidiariamente esta emergencia sanitaria mundial en una obscena muestra de carroñerismo político. Un aprovechamiento nauseabundo que en el caso del PP merece la crítica más severa a la luz de antecedentes tan vergonzantes como el Prestige o el Yak-42, crisis ambas de menor enjundia que la actual pandemia y que sus gobiernos saldaron con sendos notorios fracasos.