ubraya la sentencia del caso Osasuna que la declaración prestada por el exgerente del club Ángel Vizcay ante la Liga de Fútbol Profesional -detonante de todo este proceso- y sostenida luego en el juicio ha sido determinante para investigar los hechos y sustentar la condena por el delito de corrupción deportiva; esa determinación, explica, beneficia a quien desempeñara ese cargo en la entidad durante 24 años en aplicación de la atenuante analógica de confesión. ¿En qué se traduce aquella primera confesión a fin de cuentas? En una condena de ocho años y ocho meses de prisión, en primer lugar; además de afrontar multas e indemnizaciones por encima de los 1,3 millones de euros; y, finalmente, de cargar con un descrédito social, no solo a ojos de los seguidores rojillos, sino de quienes han conocido el escandaloso comportamiento de quienes durante unos años condujeron los destinos del club. Sentencia en mano, la maniobra de Vizcay ofreciéndose como cabeza de turco es incomprensible; si intentaba salvar sus responsabilidades, ha recogido (con el atenuante ya comentado) la sentencia más severa y, como propina, también tiene que cargar con una pena de apropiación indebida; si el objetivo era denunciar la corrupción rampante en el fútbol, no hay más causa demostrada que una entente entre dirigentes de Osasuna y un par de futbolistas del Betis; si trataba de salvaguardar el futuro de Osasuna, no hizo sino perjudicarle en el peor momento de su crisis, ponerlo en boca de todos y estigmatizarle en adelante. Dicho lo anterior, el osasunismo tendrá que agradecerle a Vizcay que destapara una gestión maliciosa de la economía del club por parte del entonces presidente, Miguel Archanco, y de algunos directivos y empleados (entre ellos, él mismo) que han sido también condenados. En tiempos en los que Osasuna engordaba día a día una deuda que le empujaba al abismo de la desaparición, los rectores en los que la mayor parte de los socios depositaron su confianza demostraban pocos escrúpulos. Sirva esta lección para que los socios de Osasuna -no olvidemos que son los propietarios del club- sigan siempre atentos a los movimientos de sus dirigentes, a sus decisiones (ya sean estas un pronunciamiento sobre la conversión en sociedad anónima), a sus cambios de planes (por ejemplo, un incremento en obras no contemplado en un proyecto) y al trato que dispensan a la masa social. No se trata de dudar de todo el mundo, sino de estar vigilantes para que no vuelva a repetirse otro caso Osasuna.