as coaliciones electorales son relativamente habituales en política y forman parte de una práctica que se ha desarrollado con cierta normalidad en la historia reciente. Basta remontarse a las primeras elecciones democráticas tras la muerte del dictador, celebradas en junio de 1977, en las que se conformaron coaliciones como el Frente Autonómico (formado por PNV, PSOE y ESEI) que se presentó al Congreso Diputados o la Unión Autonomista de Navarra (PNV-ESB y ANV) al Senado, alianzas hoy impensables y circunscritas al momento histórico en el que tuvieron lugar. En el caso del Parlamento Vasco, a lo largo de las doce legislaturas constituidas hasta ahora han sido también muchas y variadas las fórmulas de coalición. En la actualidad, alberga tres grupos que se presentaron en sendas coaliciones a las últimas elecciones: EH Bildu, Elkarrekin Podemos-IU y PP-Ciudadanos. Si bien la alianza de la formación morada con Izquierda Unida funciona sin mayores estridencias públicas, las otras dos adolecen actualmente de problemas en su seno que, si bien son de naturaleza y dimensión distinta, están tensionando su forzada unidad. Condicionadas por el mayor o menor éxito electoral, la formación, organización, funcionamiento y convivencia pacífica de las coaliciones políticas no suele ser sencilla. Máxime cuando una de las partes no solo es mayoritaria o muy mayoritaria sino que pretende ser hegemónica y con sus actuaciones amenaza con fagocitar o dejar sin espacio a otra. La recurrente queja del grupo crítico de EA respecto a las diferencias internas por su controvertido encaje dentro de EH Bildu constituido en partido único -incluida la denuncia de la apertura de expedientes de expulsión a militantes- y el último episodio protagonizado por el líder de Ciudadanos en la CAV pasándose al PP un año después de constituirse el grupo parlamentario son ejemplos de ello. En este último caso, con el añadido de que la beligerante estrategia declarada de los populares es la de dar por muerta la coalición y llamar a lo que queda de Ciudadanos a la "casa común del centro derecha", como se autodeclara el PP. Ambos casos son clara representación de una actitud cainita que en política puede salir cara. En la Comunidad Foral, Navarra Suma está condenada al fracaso como estrategia que lleve a UPN de nuevo al poder pero el partido de Esparza también extiende sus redes intentando pescar en el río revuelto de Cs.