a profunda carga simbólica que durante lustros se ha atribuido a la celebración del 12 de octubre en España ha degenerado en una patrimonialización ideológica de ese simbolismo hasta incapacitarlo como punto de encuentro. Hay una tradición sobrevenida de convertir los actos públicos en torno a la fecha en un ejercicio de reproche y desgaste del ejecutivo de Sánchez. Una tradición que bebe directamente de una concepción del Estado profundamente retrógrada, alimentada por el pensamiento populista de la derecha y sus representantes públicos. Abuchear al Gobierno y aplaudir al rey es un síntoma. El discurso nacional español carga contra aquellas instituciones fruto de la legítima pugna política y democráticamente refrendada por las urnas mientras ensalza la que resulta intocable, la que disfruta de un blindaje aportado por su equiparación con la nación y no necesariamente con la democracia. La fiesta nacional española no es un punto de encuentro de sensibilidades porque se convierte en emblema de rechazo a las que son divergentes. Si tradicionalmente servía para retratar esa divergencia en relación a Euskadi y Catalunya, ya ha dado un paso más fruto de su apropiación constante por parte de sectores muy activos y ruidosos de la derecha. Hasta el punto de que es difícil identificar en los actos, los discursos y su escenificación a la mayoría silenciosa a la que se alude constantemente por oposición a las estridencias. Hasta qué punto esa mayoría silenciosa está en disposición de poner freno a las vanguardias del populismo ultraconservador está aún por constatar. Desde luego, no pueden encontrarse cómodas en esta escenografía ni en esta corriente ideológica en torno a la Corona, el Ejército y los símbolos de la unidad. Símbolos todos ellos tanto más desintegradores del consenso mínimo que requiere un modelo sociopolítico de Estado democrático cuanto más se agitan para someter al discrepante y señalarlo como enemigo. Se ha sembrado la desconfianza como estrategia durante tanto tiempo que ya alcanza a todos. Incluso a quienes, como el PSOE y otras fuerzas a su izquierda, nunca han cuestionado la unidad del Estado. El no alineado con el despliegue de himnos y banderas al viento es sospechoso. Si se pretende una mayoría de convivencia no está en el espacio ideologizado y de desencuentro que es el 12 de octubre.