La agresión del régimen de Vladimir Putin a Ucrania confirma a Moscú como un vecino agresivo e irrespetuoso, que ya se acreditó como ciberacosador y violento en el pasado. El ataque coordinado sobre el conjunto del país es una agresión intolerable cuya escalada de consecuencias es ahora mismo imprevisible. El recurso a la fuerza militar no es nuevo en la Rusia de Putin, obviada y a la vez temida por las democracias europeas. El presidente ruso ha incrementado su temeridad a medida que ha obtenido réditos de ella. Dirige el país con mano de hierro desde 1999, siempre rodeado de denuncias de fraude electoral, de acoso y hasta de asesinato de sus opositores. Considera su ámbito doméstico todo el entorno de países nacidos del colapso de su añorada Unión Soviética y actúa en consecuencia. La invasión de Chechenia le sirvió para ganar popularidad al inicio de su mandato con un discurso de patriotismo imperialista y nostálgico que no le ha abandonado. En él, el argumento para imponer sus intereses geopolíticos y económicos es la protección de las minorías rusas en los países de su entorno. De él se ha servido para afianzar posiciones en el Cáucaso frente a Georgia o respaldar a los presidentes de Bielorrusia o Kazajistán con el envío de tropas que han sofocado las protestas internas y han descabezado a la oposición que demandaba reformas democráticas. La colonización rusa fue una práctica zarista, primero y soviética, después, para tratar de cohesionar el imperio. Hoy, hay fuertes minorías prorrusas en Ucrania, Kazajistán y el Cáucaso, pero también en Moldavia y las repúblicas bálticas. Putin violó la frontera ucraniana en el pasado con este argumento en la ocupación de Crimea y parte del Donbass. El antagonismo de las corrientes sociopolíticas en Ucrania -prorrusa y proeuropea- fue motivo de tensión ciudadana en la última década y la amenaza rusa ha justificado a una ultraderecha local ruidosa pero no mayoritaria. El cóctel es explosivo y la escalada militar no puede ser una opción para Occidente pero tampoco aceptar hechos consumados. En este marco, la Unión Europea necesita una postura cohesionada y firme de defensa de los derechos humanos y la democracia, con severas sanciones al régimen de Moscú. Pero también hacer sus deberes en materia energética para que la baza del gas ruso no le haga supeditar sus principios a sus necesidades.