El anuncio de la Comisión Europea de intervenir de urgencia el mercado eléctrico ante la imparable carrera inflacionista supone la puesta en marcha de toda la maquinaria europea para repensar el actual mercado energético, dependiente del gas ruso, y propone, al fin, un paso adelante en una situación de emergencia como así sucedió en otros momentos de crisis, como la del euro o las más reciente del covid. La tensión que existe en el mercado ha puesto en evidencia las limitaciones del mercado eléctrico actual con Rusia restringiendo los flujos de gas hacia el viejo continente. Los mandatarios de la Unión se enfrentan a un escenario incierto que, de no actuar con celeridad, abonaría un terreno de la crispación política y el malestar social por el alza descontrolada de precios. Con la cuenta atrás para la llegada del frío y acrecentándose el temor de que Rusia corte del todo el suministro a la UE, ayer mismo lo hizo de nuevo por ‘labores de mantenimiento’ a través del gasoducto Nord Stream, el anuncio de la intervención supone, no solo la asunción de que el actual sistema, tal y como está planteado, no funciona, sino que la guerra ha irrumpido en la base de la geopolítica, transitando por una crisis energética sin precedentes impactando en la propia seguridad europea. Las instituciones europeas optan ahora por acelerar el paso para generar un cambio en el sistema de cálculo en lo referido al coste de la energía, que en las circunstancias actuales, resulta inoperante e insoportable para frenar la escalada de precios. La puesta en marcha de los abonos para transportes desde hoy junto con la limitación de los termostatos, incluidos junto a otras medidas en el decreto de ahorro energético dibujan medidas a corto plazo para un invierno en el que la crisis con Rusia no parecerá solucionarse en los meses en vigor de las medidas para paliar la escasez de energía y mientras la guerra siga. Minimizarán el impacto de forma eventual en los bolsillos, pero son necesarios proyectos a largo plazo que impulsen la confianza en la economía y, sobre todo, en la población. Hacer frente al chantaje ruso supone también poner en marcha reformas necesarias desde la propia estructura del mercado europeo, que tras el confinamiento ya debieran haberse abordado con miras a una transformación energética aún pendiente.