La reacción de los mercados bursátiles al inicio de la guerra comercial desatada por Donald Trump responde a la sensible naturaleza de los mismos, que anticipan los impactos de la inestabilidad y prefieren corregirse después en caso de que estos sean menores de lo descontado. En ese sentido, no es el parámetro principal al que la economía real debería atender pero sí el indicio de que las implicaciones del nuevo estado de nerviosismo pueden pasar facturas al crecimiento, la actividad y, lamentablemente, el empleo.
Al nuevo presidente estadounidense no le gusta el estado de la partida del libre comercio que permitió a su país crecer durante décadas y opta por volcar el tablero de un puñetazo. Los aranceles contra los productos de China, México y Canadá son en primer lugar desequilibrados. Respecto de China y México, el déficit comercial anual estadounidense supera los 260.000 y 150.000 millones de euros, respectivamente;es una iniciativa defensiva que intenta revertir esa situación y sustituir las importaciones por producción nacional pero sus efectos son cuestionables. Va a dificultar sus propias exportaciones más allá de la respuesta arancelaria de estos países –el fortalecimiento del dólar no le favorece– y la sola expectativa ha hecho girar la política monetaria de la Reserva Federal, que anticipa un repunte de la inflación.
El caso de Canadá tiene un componente ideológico claro: Canadá es el ejemplo, al otro lado del tabique, de una economía con sistemas sociales, un modelo de bienestar basado en derechos y diversidad que es capaz de crecer y vender a EE.UU. 50.000 millones más de lo que le compra. Mientras, la UE no es un enemigo de la economía norteamericana:apenas ha asentado un balance positivo de unos pocos miles de millones de dólares, pero lo será si reduce la importación de sus hidrocarburos. Y es un mercado que establece reglas que las multinacionales estadounidenses no desean cumplir frente al modelo desregulado de Trump. No hay, por tanto, criterios defensivos sino ofensivos en la anunciada sanción arancelaria a los productos europeos. El libre comercio tiene unas reglas y su suspensión tiene un impacto para el que no hará falta esperar años. La restauración de esas reglas es el principal mecanismo de estabilidad para crear riqueza y distribuirla.