La Cumbre del Clima 2025 arrancó este jueves en la Amazonía, convertida en símbolo global del maltrato al medio ambiente y su explotación inconsciente, y lo hizo con un claro reproche del secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, a la dejación que se ha impuesto en el marco internacional pese a las evidencias de los graves impactos que el cambio climático está teniendo ya en la calidad de vida, el desarrollo y la economía de todo el globo. Indicativo de esa inacción, cuando no directamente del obstruccionismo y revisionismo de los criterios científicos sobre los que se sustenta la lucha contra el cambio climático, es la ausencia de la cita en Brasil de los máximos mandatarios de las tres grandes potencias más contaminantes del planeta. Ni el estadounidense Donald Trump ni el chino Xi Jinping ni el indio Narindra Modi asistirán ni transmitirán en primera persona un mensaje de apoyo a los esfuerzos por contener el calentamiento. Lo que ya constituye un mensaje en sí mismo.
En lo que respecta a Europa, que acaba de ratificar la reducción de emisiones en un 90% hasta 2040 –pese a hacerlo con algunas concesiones a los menos comprometidos– son pocas las voces discordantes, pero suenan suficientemente fuerte como para condicionar el ritmo de avance. La cumbre de Brasil volverá a intentar vencer reticencias en aquellos países que, afrontando un proceso de desarrollo tardía, son muy dependientes del modelo energético basado en combustibles fósiles. El debate tradicional del derecho al desarrollo se interpone constantemente y las aportaciones económicas de los más desarrollados, que venían venciendo muchas de estas dudas, se verán mermadas por la deserción de la Administración estadounidense de los compromisos internacionales asumidos en el pasado. Tanto en primera persona como en la financiación del esfuerzo de los países con menos recursos. La cita de Belém llega por tanto cargada de dificultades pero en ella es imperioso que se fije un consenso general de objetivos y procedimientos de protección frente al calentamiento global pese a las importantes disidencias. De no hacerlo, la victoria del negacionismo ideológico será contundente y sus efectos desastrosos. No basta con no adherirse a él para evitar un fracaso. Es preciso frenarlo con iniciativas coordinadas y sostenibles.
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