El neurólogo austriaco Sigmund Freud firmó su frase más lapidaria cuando en una de sus cartas a un colega de escuela escribió lo siguiente: “Yo ya no creo en mis histéricas...”. En ese instante, Freud renunciaba en redondo, fuertemente presionado por la sociedad victoriana de su época, a su teoría de la seducción, se ahogaría en su intento de hacer emerger del inconsciente individual lo inaceptable para el consciente colectivo.

Dicho lo cual, no voy a negar que a día de hoy nuestros profesionales creen en nuestros neuróticos y neuróticas, en nuestros psicóticos y psicóticas, pero siguen, como antaño, sin hacérnoslo saber, ahogando cualquier intento de hacer emerger las verdades mejor guardadas. Muy triste.