El Parlamento de Navarra celebró ayer un pleno extraordinario y monográfico para resaltar la necesidad de seguir impulsando las políticas públicas y las acciones en el sector privado en defensa de la igualdad entre hombres y mujeres y de denuncia de la violencia machista. Que a estas alturas del siglo XXI sea necesario afrontar ante la opinión pública un debate político para poner en valor ese tipo de medidas y actuaciones dice mucho del estado de la cuestión. Quizá por pertenecer a una familia y a una generación en la que las ideas sobre convivencia de género e igualdad de oportunidades siempre han estado claras en la agenda de mi pensamiento, me sorprende aún más que siga siendo necesario poner pie en pared ante una realidad de discriminación histórica indiscutible. Ayer mismo fue asesinada una mujer por su condición de mujer y por su trabajo profesional por un asesino machista reincidente. Poner en duda el alcance de esa lacra como vía para montar un discurso político e intentar lograr objetivos electorales es infame. Se disfrace como se disfrace. Que haya también mujeres dedicadas a la política, la cultura o el periodismo que otorguen bola a esa miseria ideológica extremista, tóxica y falsa es dramático. Un ejemplo de que hay ideologías, religiones y estamentos profesionales que siguen sometiendo a la mujer al estado de complejo de inferioridad. Pero aún peor, demuestra que todavía el machismo es un problema que anida profundamente en amplias capas de la sociedad como una forma de entender la vida de la que mostrarse orgulloso. Navarra ha puesto en marcha muchas y buenas acciones y leyes que no sólo favorecen la igualdad, sino que impulsan obligaciones y derechos para garantizar el reconocimiento de la igualdad entre hombres y mujeres. Poner esos avances políticos y legislativos en valor social y humano frente a los discursos machistas de moda en las derechas políticas -por mucho que ayer en la Cámara foral UPN y PP trataran de disimular sus miserias para no quedar mal ante la sociedad navarra-, en los nuevos líderes hombres de esas mismas derechas y en un sector de mujeres que asumen con normalidad un estado de sumisión es una obligación democrática.