aunque las encuestas tienen tanto de prospección del voto como de intento de condicionarlo, y de ahí que fallen tanto, a algo hay que agarrarse. Ese algo son las tendencias y de su análisis de conjunto se infiere que las generales las ganará con cierta holgura el PSOE y que se registraría un empate sobre 160 escaños entre la dupla de izquierdas y la tríada de derechas. Así que la demoscopia sugiere que las fuerzas soberanistas serían determinantes para investir al próximo inquilino de la Moncloa. Con la salvedad de que, si en efecto la entente a la diestra no alcanza la mayoría absoluta, Ciudadanos incumpla su promesa de no apoyar a Sánchez y lo acabe respaldando con su proverbial oportunismo y el argumento de privar de influencia a las siglas independentistas. Desde la premisa de que asistimos a un trasvase de electores notoriamente intrabloques más que entre bloques, justo a la derecha del PSOE se dilucida la gran incógnita de estos comicios ante la pugna abierta por el liderazgo de ese espacio y la impresión de que el PP apenas recabará el 20% de las papeletas tras la fuga de voto ideológico a Vox y de sufragio pro regeneración a Ciudadanos. Cuán paradójico resultaría que Casado recuperase la presidencia para el PP con el peor resultado de su historia, por debajo de los 107 diputados de Aznar en 1989. Empeñado parece en conseguirlo, pues cuestionando la revalorización de las pensiones enerva a nueve millones de votantes y sus despropósitos con el aborto incomodan específicamente a las mujeres, que constituyen la mayoría del 30% del electorado indeciso. Pese a lo antedicho, todo es posible en el contexto de esta política líquida y volátil.