Este verano me hablaron en mi pueblo (Mezkiritz) de los baños de bosque como tratamiento terapéutico para enfermos de cáncer. Terapia con receta. Ese bienestar que produce abrazar árboles -que ya se sabía saludable- va más allá de la felicidad que provoca la estimulación de hormonas, sencillamente alarga la vida -además de hacernos más felices- y tiene una base científica. Me quedé extasiada. Es uno de los aprendizajes que nos ofrece la vida natural. Uno más. Espacios naturales vinculados tradicionalmente a un mundo rural que sin embargo agoniza. Los pueblos pierden población a pasos agigantados, fenómeno que se ha agudizado en la última década. El modelo de desarrollo dominante y de consumo capitalista impuso las ciudades como paradigma de progreso. Sus efectos, hoy, son devastadores. Quiero creer que en los próximos años empujados por la globalización y el cambio climático los pueblos serán espacios infinitamente más atractivos para vivir. También para trabajar gracias a las nuevas tecnologías. Es más, seguramente el futuro esté precisamente en esa llamada España vacía. El reciclaje, la alimentación ecológica, la construcción eficiente o las energías alternativa ya no son ni siquiera valores exclusivos del mundo rural. Los pueblos nos enseñan que existe otra forma de vivir en comunidad, de trabajar en auzolan... Son el contrapunto a un mundo urbano virtual y deshumanizado. Allí nacieron nuestros padres y abuelos, pueblos hoy sin historias, sin memoria, sin nombres... Identidad que no podemos perder.