se van a conmemorar los 75 años de la entrada del Ejército soviético en el campo de exterminio de Auschwitz, en Polonia, donde fueron asesinadas más de un millón de personas tras ser sometidas a todas las vilezas inhumanas imaginables por otros seres humanos. La mayoría de ellas por su condición de judíos, aunque también se asesinó y experimentó con personas de raza gitana, militantes comunistas y socialistas, y homosexuales. Los aniversarios tratan de mantener activa la memoria histórica frente a la pujanza que alcanza el olvido con el paso del tiempo. Y más aún combatir el auge de los discursos negacionistas o revisionistas de la verdad histórica. El negacionismo del Holocausto gana terreno, amplía sus vías de difusión, de la misma forma que la derecha española política y mediática arropa el discurso revisionista de la dictadura franquista con la intención de convertir esa época negra de la reciente historia en un paréntesis necesario para que los ciudadanos lograran transitar bien llevados de la mano por un régimen asesino, ramplón y asfixiante, sin derechos ni libertades, hasta la madurez democrática 40 años después. En Alemania, por ejemplo, el negacionismo es delito. En el Estado español, el revisionismo neofranquista se premia en espacios políticos y mediáticos. Y, curiosamente, en las turbulentas aguas del negacionismo y del revisionismo, navegan altos mandos militares y obispos y altos jerarcas de la estructura de poder de la Iglesia católica, la misma que guardó silencio ante el genocidio nazi o que conformó el régimen fascista nacional católico que siguió al golpe militar de 1936 contra la legitimidad democrática de la 2ª República. Las sombras del fantasma negro van a más.