na de las realidades políticas menos gratificantes que está dejando al descubierto la crisis sanitaria del coronavirus es posiblemente la incapacidad de la UE para abordar una unidad de acción comunitaria para hacer frente a la crisis sanitaria y la deriva socioeconómica que conlleva ya. Se suceden las reuniones y se suceden la falta de acuerdos, de unidad de acción y de solidaridad. No es nuevo, por supuesto. El proyecto europeo común como lo diseñaron sus impulsores originarios hace aguas desde hace años. Y ahora solo se está poniendo blanco sobre negro la incapacidad de sus principales dirigentes para destinar sus inmensos recursos económicos, monetarios y sociales al servicio del interés general de Europa. No solo es que los estados en manos de los sectores más extremistas de la derecha boicoteen cualquier salida mínimamente solidaria y colectiva, sino que aquellos estados con mayor capacidad de respuesta están optando por mirar hacia otro lado dejando solos a aquellos que como el Estado español, Italia o Francia más duramente están sufriendo las consecuencias de la pandemia. Una especie de sálvese quien pueda que da una imagen penosa de la UE. Tan penosa como la que llevan años trasladando al mundo entero, incapaz de aportar soluciones comunes eficaces a las crisis económica, al avance de las ultraderechas, a la crisis humanitaria de los refugiados, a las imposiciones de la economía especulativa de los mercados... Un discurso involucionista y reaccionario muy peligroso se ha instalado en Europa y lo recorre de norte a sur y de este a oeste. Cambian los dirigentes europeos, pero los que llegan siguen bajo el mismo dictado de los intereses particulares que los que dejan el cargo. Incapaces de arbitrar consensos y de adoptar medidas eficaces. Los discursos fríos y vacíos de los dirigentes y burócratas europeos siguen siendo la única respuesta a las incertidumbres sociales y económicas que llegan ahora con la crisis del coronavirus. Como lo han sido en la década larga que ha seguido a la crisis-estafa financiera de 2008. Creo que sigue siendo un gran proyecto político, social y humanista, porque fuera de Europa hace mucho frío. Pero de esta Europa debilitada y acogotada de hoy hay poco que esperar. La falta de respuesta a esta crisis es otra imagen de ese inmenso mar de insolidaridad en que se ha convertido la UE.