l domingo va a ser una juerga, una fiesta como no se recuerda en los dos últimos meses. Para los niños principalmente, que van a poder ejercer como tales tomando las calles a la carrera con patines y bicicletas, siempre con las debidas distancias y alrededor de casa. Unos menores necesitados de la luz del sol y del ejercicio físico al aire libre tras sufrir un encierro carcelario, a menudo en espacios ínfimos y sin balcón al que asomarse. Pasto de una ingesta excesiva de alimentos y de contenidos digitales, incluyendo unas tareas telemáticas diarias generadoras de una tensión acumulativa sin opción de drenaje. Tal válvula de escape, especialmente beneficiosa para ese 20% de infantes que padecería algún síntoma de ansiedad y/o depresión, tendrá también sus efectos balsámicos para los progenitores, erigidos en educadores e instructores a tiempo completo en un ambiente de agobio creciente y de rutinas en cierto modo asfixiantes a compatibilizar con el trabajo en remoto o presencial. La libertad provisional acarrea sin embargo una enorme responsabilidad para madres y padres, pues exige altas dosis de disciplina cívica para probar una inteligencia social que permita avanzar en la desescalada gradual antes de alcanzar la nueva normalidad. Todavía por aquilatar en sus justos términos pero bastante a peor, según parece.