a gente de aquí somos muy de pasarnos la zarpa por la chepa, por el lomo y por donde haga falta. Nos mola el roce por lo que tiene de expresión de afecto, igual que hablamos alto como señal de camaradería. Una colectividad primaria como la nuestra, en una tierra donde si se estrecha la mano se aprieta con garbo, no puede sobrevivir emocionalmente a base de videoconferencias. De ahí que nada más estrenarse la fase uno de la desescalada gradual haya mediado una explosión de encuentros siquiera fugaces, para empezar entre familiares que hacía dos meses que no se veían en persona, con el lógico estallido de los sentimientos mejores. Un escueto pero reconfortante prólogo de las celebraciones inminentes que el confinamiento aplazó, cumpleaños mayormente aunque también bodas y otros fastos. Puede decirse que nada refleja mejor la evolución hacia la normalidad renovada que el tránsito de los balcones a las terrazas y los jardines, próximos escenarios de reuniones con amigos de los buenos en la ciudad y en el pueblo, levantado el veto para moverse dentro de las mugas forales. En esos festines tan esperados de viandas y alcoholes habremos de conducirnos necesariamente con una alegría contenida, restringiendo tocamientos y postergando besos y arrumacos. Mejor eso que nada. O que un rebrote letal.