nda eufórica la derecha extrema mediática azuzando el clima de acoso y derribo contra el Gobierno de Sánchez y el acuerdo de PSOE y Podemos. Más esta semana, que interpretan la batalla abierta en Prisa por el control editorial del diario El País como la llegada de un nuevo aliado a esa estrategia de agitación social y política permanente de la mano de Felipe González y Cebrián, dos eternos jarrones chinos que representan la cara más oscura y oculta del poder en la Villa y Corte. En el tono chusquero habitual en la caverna imperial, plumillas, tertulianos, editorialistas y demás opinadores pugnan por superarse unos a otros en la creación de la fórmula menos respetuosa con los valores democráticos a la hora de perpetrar un análisis de la realidad política. La impunidad en el ejercicio del insulto y la manipulación social es total. Y por si no fuera suficiente, las redes sociales vomitan informaciones basura y noticias falsas sin cesar. Entre los muchos desaguisados pendientes de la actual deriva del Estado destaca el asalto de la ultraderecha al control de los medios de comunicación. Es cierto que muchas veces esas proclamas incitan a la risa sin ir más lejos, pero la risa no debe ocultar la verdadera tragedia de miedo que ocultan. La ultraderecha mediática está siendo capaz de crear una corriente de opinión efectiva en la opinión pública con su populismo demagógico que alienta lo mismo el racismo y la xenofobia que la recuperación de los temores conspiranoicos del viejo nacionalcatolicismo franquista, la manipulación nostálgica del pasado imperial o la salvaguarda vergonzante de Juan Carlos de Borbón o el todo vale de la corrupción como un mal inevitable y menor. Lo peor de esa batalla ganada es que sus efectos están cerrando poco a poco el discurso del PP, al que cada vez le consideran más cautivo de su dependencia mediática y al que cada vez resitúan en el más duro aznarismo, lejos del espacio conservador europeo democrático. Que la risa no impida escuchar, leer y entender lo que supone de verdad para la democracia lo que dicen. Y aún más lo que insinúan sin decir.